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domingo, 6 de mayo de 2012

Los valores de un inmoral



Las razones por las que se me podría considerar un inmoral son varias, pero puedo iniciar afirmando que el hombre nunca dejó de ser un animal, capaz de ejercer una crueldad comparable con la vista en la batalla por la supervivencia en la naturaleza. La crueldad es una manifestación natural del hombre y carece de valoración moral.


El hombre es un animal que encuentra placer en manifestar su crueldad hacia los demás. Más aún con quien considera que le ha producido algún daño o perjuicio.
En los inicios de la humanidad la crueldad del hombre se manifestaba cuando para sobrevivir se tenía que matar. Se era cazador o se era cazado. La crueldad era la única herramienta para la  supervivencia.
Posteriormente, la humanidad hizo uso de dicha crueldad para formar las grandes civilizaciones. Un pueblo organizado lo ejercía hacia otro –pequeño o más grande en número– y le permitió conquistarlo. Incluso, en nuestros días uno nace conquistado tras el título de ciudadano y sometido a las leyes de un ente más fuerte y organizado: el Estado.
No podemos decir que en la actualidad la figura de ‘la ley de la selva’, en donde el más grande devora al más pequeño, haya desaparecido. Existe otra forma de conquista que es aprobada globalmente y que incluso es fomentada, reglamentada y promovida libremente. En el campo de la economía es conocida como ‘libertad de mercado’, en donde se aplica la batalla por la supervivencia y donde el capitalismo representa el mismo mecanismo de conquista que en el campo biológico. La crueldad del hombre siempre estuvo presente.
Precisamente, en el placer de ver y hacer sufrir a los demás es en donde se origina el concepto de la ‘pena’ (entendida como castigo), no en el deseo de generar conciencia o miedo en las personas, porque ellos representan unas de las diversas utilidades o finalidades que la modernidad le ha atribuido con posterioridad.
De igual manera, el concepto de ‘culpa’ no se origina en la utilidad que se le da hoy, como la de generar conciencia o modificar conductas. Su origen se halla en la figura de la ‘la deuda’ que mantiene un deudor con un acreedor. Por ende, la génesis del concepto de culpa yace en las deudas que uno mantenía con otros.
Dicha figura culpa-deuda se presentaba entre un individuo para con su comunidad, y para con sus antepasados. Esta última consistía en la impagable deuda que se tiene con nuestros antepasados –por darnos la vida–, y en esa dirección hacia atrás en el tiempo, con lo que originó la existencia misma, en la construcción cultural que comúnmente se conoce como Dios.
De tal forma que, el hombre nacía con una deuda-culpa que solo podía menguar con una ofrenda en un rito religioso. Pero si de aliviar el sentimiento de culpa se trata, con la llegada de una religión en donde Dios (el acreedor) asumía la deuda a través de la muerte de su propio hijo, el deudor aliviaba cierta carga emocional aunque no la cancelaba. He allí la clave para entender uno de los factores psicológicos del éxito del Cristianismo en el siglo I.
Por otro lado, el origen de la justicia, a pesar de quienes afirmen que nace del sentimiento de venganza de las víctimas y ofendidos, se origina, en realidad, en aquellos pueblos poderosos y las castas guerreras para evitar que los pueblos sometidos tomen represalias. La justicia no pudo haber nacido de los efectos reactivos –como la venganza–de los resentidos sino de efectos activos propios de los conquistadores.
Cuando uno hurga en la historia de la moral encontramos que es incorrecto confundir su génesis con la función o utilidad que, a través del tiempo, los grupos de poder le puedan atribuir. Por ejemplo, la escala de valores implantada con la llegada del Cristianismo defiende, ensalza, enaltece, glorifica, consuela, y premia a los valores nacidos en la debilidad.
La moral cristiana es contraria a la vida porque la niega de diversas maneras: desprecia el presente con la promesa irracional de vida después de la muerte; premia el desprendimiento de lo material y aleja el placer del hombre; ve antinatural a la homosexualidad, etc.
Por lo tanto, rechazar una moral como la descrita me convierte en un inmoral, y no considero que deba sentirme avergonzado por ello, precisamente porque no carezco de valores. Mi salida y alternativa racional y reafirmadora de la vida es el ateísmo, ya que el ateísmo no es un acto de convicción, sino un acto de razón.

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